DEL YEP AL SAN PEDRO PLAZA
- Fabian Arevalo Zambrano
- 8 may 2017
- 3 Min. de lectura

Por: Guillermo Gordillo
María Elena Rivera
Cecilia Salazar
Alexander Yusunguaira
YEP, las primeras letras del apellido Yepes. El señor Yepes, uno más entre esa constelación de hombres y mujeres de indiscutible arraigo huilense, y afortunado sino empresarial.
El YEP comenzó donde ahora funciona el Centro Comercial Metropolitano. Fue emocionante, comenta el ingeniero Carlos Fajardo, cuando el almacén fue trasladado a su nueva y definitiva sede en la carrera 5 entre 8 y 9.
“El supermercado de la otra Colombia” o algo así fue su último slogan. Y sí que lo era. Allá íbamos los humildes y los que no lo éramos. Todas las clases sociales del Huila; el centro y sur de Colombia terminábamos acercándonos a comprar la ropa, los zapatos, los utensilios del colegio para los chicos, los ajuares en tela garza y bordados a mano para los bebés, con sus pañales de tela, fajeros y baberos.
Allí había una preciosa muñeca con un ramo de florecillas en las manitos, elaborada totalmente en pasta, con la que Ceci siendo niña soñó pero nunca se atrevió a pedirla a sus papás.
Allí María Elena vio una marranita en plástico repujado con flores de color rojo y decidió por fin ahorrar sus monedas grandes, en este estilo de ahorro tan colombiano.
Guillo se regocijaba con la característica musiquilla que muy a las 8 de la mañana comenzaba a sonar por los altoparlantes del almacén, transmitiendo una sensación de frescor, disciplina, sol.
Y cuando Alexander vino a Neiva y en el parque se sorprendió con la Foto Agüita, también se fascinó con el surtido y el estilo del YEP.
Allí la cartera, las medias de nailon, la levantadora. Allí los fósforos, los porta retratos, la creolina, el brasier.
Allí los viejos porteros, cajeros, cocineros. Allí las extraordinarias empanadas de papa y carne. Y la cebada helada con canela y clavos.
El YEP alcanzó a expandirse hacia Bogotá, Girardot y otros municipios del sur del Huila y de Colombia.
Allí los huilenses con nuestra consabida tranquilidad entrábamos a escoger, antojarnos, dejar visto para después volver (cuando cargue el palito, decíamos).
Era un lugar donde a medio día había una cola para almorzar “trancado”, y a un precio más que razonable. Y al anochecer, tomar sopita a trescientos pesos.
Y así fue ese YEP, que nos tuvo en vilo cuando comenzó a escasear la mercancía. Cuando escaseó más. Cuando vimos los rostros preocupados de los cajeros, los vendedores, la gordita del micrófono. El administrador en guardia pero con una sonrisa de “todo está bajo control”.
Al final, ante la debacle inminente, se rumoró que el Grupo Éxito compraría el YEP. Pero al parecer y desafortunadamente no se tomó la decisión a tiempo y el Éxito desistió.
Después la gran pancarta a la entrada del parqueadero con las conocidas y queridas figuras de su capital humano en una abierta petición de sangre.
Fue en vano, el YEP murió ante nuestras propias perplejas, indolentes narices…
Un adolescente rubio se despereza, expande sus dionisiacos brazos blancos hacia el brillante, limpio, azul cielo de Neiva. Es un mimado del capital financiero. Posmoderno. Crío de emprendedores forasteros con mucho dinero, conocimiento, planificación y experiencia. Es el precioso Centro Comercial San Pedro Plaza.
Allí muchas cosas lindas y finas, espacios ventilados e iluminados, cinemas con aire acondicionado, bancos…
Pero nunca el susurro del YEP. El silencio, el monederito modesto del campesino, las alpargatas, la ruana. El rostro adusto y surcado de arrugas, música e historias del campesino huilense. Nunca más esa sensación para nuestras gentes de encontrarse en un lugar tan familiar, casi como sus cocinas ahumadas y el tintico hecho en ollas abolladas.
Aun así Ceci, nadie te quita lo bailado. Por ejemplo cuando a la frutería con autoservicio te acercabas feliz y como un milagro armabas tu ensalada, buscabas un lugar para sentarte y con ese sencillo manjar en tus manos y en tu boca, volvías nuevamente a reconocer la gloria.
Agradecimiento a los compañeros del taller, esposos Fajardo (Carlos y Elvira), por sus valiosos aportes sobre el comienzo del YEP. Fueron una fuente gratísima.